lo sublime y lo grotesco
En el confín donde la noche despliega sus alas sobre un mundo que, temeroso, se recoge ante el misterio de su propia existencia, mis pensamientos, cual criaturas nacidas de la penumbra, vagan hacia ti. Tú, que eres el eco de un amor no correspondido, cuya esencia se entreteje con lo grotesco y lo sublime, como si Lautréamont mismo te hubiera soñado en una de sus visiones más oscuras. Eres el espectro que, libre de las cadenas de la realidad, danza en los abismos de mi alma, dejando tras de sí una estela de obsesión y deseo.
En este silencio profundo, donde las almas se encuentran sin encontrarse, la nuestra dialoga a través del velo de lo imposible. Eres el reflejo de la luna en un lago de tinta, una belleza inalcanzable que sólo puedo adorar desde la distancia, como quien observa el arte prohibido a través de un cristal que niega el contacto, el tacto, el más mínimo roce.
En la desolación, encuentro un refugio en la contemplación de tu ser. Eres el lirio que surge de la tierra yerma, desafiando la muerte misma con tu presencia, convirtiendo el horror en un jardín secreto donde mi amor no confesado germina en la sombra de lo eternamente inalcanzable. Este sentimiento, nacido en el silencio de un corazón que late al ritmo de lo macabro, florece en la oscuridad, esperando sin esperanza ser descubierto.
Acepto que nuestro amor, tal vez, esté destinado a permanecer oculto, un secreto susurrado entre las ruinas de lo que nunca será. Pero en este altar de lo grotesco, hallo consuelo en la mera contemplación de tu existencia; eres la tormenta perfecta, el desorden que da sentido a mi caos, la sublime tragedia que justifica la existencia de la pena.
Así, en las profundidades de lo grotesco, en el corazón palpitante de la oscuridad, se anida mi amor por ti. Un sentimiento tan profundo y laberíntico como el abismo mismo, imperturbable ante la luz del día o la cercanía tangible. En la resignación a este amor sin eco, descubro una belleza inusitada, un vínculo que, aunque no se manifieste en el plano de lo real, une nuestras almas en un pacto etéreo, trascendiendo la presencia, en el dominio de lo inmutable.
Comentarios
Publicar un comentario